La Ciudad de México y varias capitales estatales vivieron este fin de semana una de las mayores movilizaciones juveniles de los últimos años, impulsadas por colectivos identificados como parte de la llamada Generación Z, quienes tomaron plazas, avenidas y edificios públicos para denunciar el incremento de la violencia, la corrupción gubernamental y la impunidad que afecta a sus comunidades.
El movimiento, que surgió de forma espontánea en redes tras el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se transformó rápidamente en un fenómeno nacional. En la capital, los manifestantes avanzaron hacia el Centro Histórico, donde algunos grupos derribaron vallas metálicas colocadas alrededor de Palacio Nacional, lo que derivó en enfrentamientos con cuerpos policiacos y el uso de gas lacrimógeno para dispersar a los contingentes más avanzados.
Aunque la mayoría de las marchas ocurrieron de manera pacífica, organizaciones civiles reportaron decenas de heridos y al menos 20 detenciones. Los jóvenes coreaban consignas que exigían cambios profundos en las políticas de seguridad, mayor transparencia en el gasto público y atención urgente a las regiones más afectadas por el crimen organizado.
Expertos en movimientos sociales consideran que estas manifestaciones marcan un punto de inflexión: por primera vez en años, un sector juvenil que parecía ausente de la política formal está tomando las calles con una agenda clara y una narrativa propia. “No somos apáticos; estamos cansados de heredar un país lleno de miedo”, expresó una estudiante durante el mitin frente al Antiguo Palacio del Ayuntamiento.
La Presidencia llamó a mantener la calma y aseguró que se investigarán los hechos ocurridos durante la protesta. Sin embargo, colectivos juveniles anunciaron que mantendrán la organización digital y no descartan nuevas movilizaciones si no se atienden sus demandas.
